Adrian y Constanza son hermanos mellizos lo que hace
un poco complicada la relación entre ellos. A pesar de ser muy unidos tienen
pequeñas diferencias; Adrian es distraído, un poco pervertido, alegre,
optimista y no entiende bien las cosas a la primera. Por el contrario Constanza
es curiosa, orgullosa, un tanto depresiva y siempre toma las cosas muy en serio
aun cuando se traten de bromas.
Ambos han quedado completamente solos. Hace unos meses
sus padres murieron en un accidente de tren. Los problemas
comenzaron desde entonces y los roces entre ellos cada vez son más
intensos. Demasiado jóvenes para tomar decisiones que a sus 17 años son solo el
esbozo de un juego para llegar a ser adultos.
Una tarde Adrian y Constanza riñeron
fuertemente. Constanza cuestionaba a su hermano sobre su comportamiento, pues
eran solo llamadas de atención de parte de él. Adrian equivocadamente,
poniéndose en el lugar de su padre, sin más, la abofeteo. Ella, al subir
las escaleras hacia su habitación, sentía como su mente
se nublaba con lágrimas y palabras que no consentía retener en
su corazón. Adrian de inmediato se dio cuenta de su error y la siguió,
pero Constanza le cerró la puerta en las narices.
Adrian solo pudo esperar sentado frente a
la puerta; con mirada triste contemplaba sobre el muro
la fotografía de familia, en ese momento un sentimiento de
culpabilidad se lo tragaba quisquillosamente de pies a cabeza. Pronto se hizo
de noche y el cansancio le tomo el cuerpo, sin quejarse dejo que Morfeo se
diluyera a gotas en cada uno de sus sentidos.
Mientras Adrian dormía en el pasillo,
Constanza lloraba apoyada en la ventana, sin comprender nada, una chispa de
intranquilidad se cruzo en su pensamiento, una tristeza sin
nombre crecía dentro de ella, una tristeza aun más profunda que la de
perder a sus padres, los lazos con quien formaba un pacto inseparable,
se desvanecían riña tras riña. Fue entonces que tomo la decisión de
abandonar a su hermano para seguir su propio camino y tomando papel y pluma
escribió hasta muy entrada la noche.
Al terminar la carta, sacó del buro una
cajita de papel arroz que encerraba todos sus recuerdos: fotografías, pétalos
de rosa y un pañuelo impregnado del perfume de su madre, que contenía fosilizados
sus años de niña junto a Adrian. De la nimia
caja también retiro una fotografía en la que estaba con su hermano a
la edad de nueve años. Una sonrisa se dibujo en sus labios y antes de
colocar en el sobre rojo la carta, una penúltima lágrima se escapo,
dejando impresa en su mente, la imagen de unos hermanos que hasta el día
de hoy, nunca fueron separados.
Constanza se dirigió hacia la salida,
antes de partir, hecho un último vistazo hacia su dormitorio, sus cosas y hacia
al sobre, que llamativo por su aspecto reposaba sobre la cama. Sigilosamente
coloco su mano en el picaporte, respiro hondo y le dio la vuelta a la
perilla muy despacio, casi imperceptible. El rechinido de la puerta no le
ayudo mucho y al abrirla se topo con su hermano, que dormitaba en el
suelo. Constanza se deslizó por el piso paso a paso con sumo cuidado. Bajó los
escalones lentamente; mientras se aproximaba a la calle sintió como su corazón
palpitaba más y mas, conforme percibía la fresca brisa del
otoño."Cambiare ― se dijo así misma ― ya
no seré la niña detrás de su hermano, ahora soy
distinta"
Tres largas horas pasaron. Un vientecillo
travieso y helado se coló por la pequeña abertura de la ventana. El aire
jugaba enchinando la piel de Adrian, lo que provoco que este, entre abriera los
ojos para quejarse del frió y al levantarse se dio cuenta que
la habitación estaba abierta. De inmediato se dio cuenta de que Constanza
se había marchado. Asustado buscó en cada rincón de la casa; desesperado por no
encontrar a su hermana, se dirigió de vuelta a la habitación buscando algún
indicio de su huida. Ahí encontró la carta que minutos antes le había
escrito y entre los nervios y la preocupación la abrió de
golpe, lo que ocasiono que el papel se partiera en dos. Finalmente pego ambas
partes y dio lectura a la carta, sin soltar la fotografía que por suerte
no se rasgo al romper también el sobre.
Hermano mío. El solo escribir las siguientes líneas, hace que crezca
un abismo en mi interior. Me marcho de casa. Me ha herido todo este diluvio,
que no se detiene, y, que temo, no hay manera en que pueda parar. No eres mi
padre para reprenderme y aun no tienes la edad suficiente para tomar su lugar. Hay
tantos sentimientos que se rompen dentro de mí con el pasar de las horas y yo
sola no puedo lidiar con esto. Se que quizá no entiendas del todo lo que
siento por ahora, pero en algún momento de nuestras vidas fuimos tan unidos
como el cielo y el mar ¿En qué momento esa distancia se apodero de lo que en
verdad somos? Necesito a mi hermano conmigo, pero si he de caminar sola para
aprender lo que tú sabes, lo haré sin duda. Espero verte en
algún instante de mi vida y que te sientas orgulloso de mi. Mi querido hermano
distraído, hasta pronto.
Al terminar de leer,
Adrian apretó firmemente la carta y poniéndola contra su
frente, se echo a llorar como un niño. Respiró hondo
y secándose las lágrimas con el antebrazo, salió inmediatamente en
busca de su hermana. En ese instante comenzó a llover, sin embargo no
le importó y husmeo en cada esquina. La tormenta no facilito la búsqueda,
pero por otra parte refrescó su memoria, recordando cómo le encantaba a
Constanza viajar en tren. Un chispazo de remembranzas sacudió a Adrian y
sin pensarlo dos veces se dirigió hacia la estación.
Adrian llego cojeando a la estación, un
tanto desconcertado por la caída que sufrió al salir
corriendo, pero aun lucido y concentrado para convencer a su
hermana de regresar con él. Inició su búsqueda en cada andén,
nada. Convencido de que estaba escondida en algún lugar,
le insistió al encargado de que la vocearan, fue inútil,
no apareció. Adrian, entonces pensó ― Quizá ya se haya
marchado, tal vez, ni siquiera vino hacia acá desde el principio.
Ya comenzaba a amanecer, cuando Adrian se
dio cuenta de que había perdido una parte de él, la cual estuvo ligada
por sangre y por tantos años de inocencia. Derrotado, se sentó en una
banca cerca a la cafetería y sollozó por un instante, tratando de ahogar su
llanto para cuando estuviese solo. El sol comenzó a salir, no obstante, la
tempestad no se disperso en el espíritu de Adrian; cabizbajo cruzó el umbral de
la entrada al andén, cuando de pronto, estupefacto, miró que su hermana no se
había marchado. La encontró de pie a la entrada de la estación, cruzada de
brazos, llorando desconsoladamente.
A Adrian le regresaron las fuerzas
al abrazarla, como un padre abraza a un hijo que creía ya perdido.
Constanza lloró un buen rato en los brazos de su hermano, sollozando como una
niña. Después de ese cálido reencuentro, cruzaron entre ellos palabras de
admiración, de perdón y sobre todo de promesa. Y aquel boleto que compro
Constanza, con destino desconocido fue la pauta para que ella y Adrian realizaran
varios viajes, con el juramento de que no volverían a separarse jamás.